El estremecimiento

El último encuentro, de Sándor Márai. Ed. Salamandra. Fragmento: “palidecía cada vez que escuchaba música […] lo tocaba tan de cerca como si le estuvieran tocando el cuerpo de verdad. Palidecía, sus labios temblaban. La música le decía algo que los demás no podían comprender. […] En esos momentos se olvidaba por completo de dónde estaba, sus ojos sonreían, miraba al vacío, no veía nada de lo que le rodeaba: no veía a sus superiores ni a sus compañeros, ni siquiera a las damas elegantes ni al público del teatro. Escuchaba la música con todo su cuerpo, con una atención parecida a la que presta un condenado en su celda al ruido de pasos que quizás lleven la noticia de su salvación. En esos momentos no oía a quienes se dirigían a él. La música rompía en pedazos el mundo a su alrededor, cambiaba las leyes establecidas de manera artificial durante unos instantes: en esos momentos Konrád no era un soldado”. La cita, larga adrede, describe bien lo que ocurre cuando la música se apodera de ti, cuando te estremece y hasta te duele. No es extraño que cuando unas líneas más adelante el padre de su amigo Henrik, un personaje marcial y estricto, le explica porque Konrád no podrá ser soldado lo hace en estos términos: “porque es diferente”. Y tampoco es de extrañar que Konrád asegurara que no prefería la música que “sonaba para que la vida fuera más placentera, más festiva”, sino aquella que se hacía para que “despertara pasiones, despertara incluso un sentimiento de culpa, y su propósito era lograr que la vida fuera más real en el corazón y en la mente de los seres humanos”.

Artículo Network Science and the Effects of Music Preference on Functional Brain Connectivity: From Beethoven to Eminem de R. W. Wilkins para la revista Scientific Reports.

“El placer de lo trágico”, artículo de Chantal Maillard incluido en su libro India (Ed. Pre-Textos). Ahonda en la diferencia entre experiencia estética y experiencia mística. Sabido es que mediante la meditación el sujeto es capaz de alcanzar una libertad absoluta cuando nada perturba su mente, sean cuales sean las circunstancias exteriores, mientras que el arte permite esa disociación de lo real sólo por breves instantes. O dicho de otro modo, en la experiencia estética el espectador puede perder su identidad, arrobado por lo que siente, pero una vez acabada esta experiencia recupera su identidad, sin dudar de ella (algo que puede ocurrir al místico).

Web Personas Altamente Sensibles.


LAS PLANTAS from Pablo Messiez on Vimeo.

Fragmento de Smoke, correspondiente al cuento de Auggie Wren.

Artículo “¿En qué momento empezamos a odiar una canción de tanto escucharla?”, de Emilio Sánchez Hidalgo, en Verne.

Pero hermoso, de Geoff Dyer. Ed. Random House.

Yeah, yeah, yeah, de Bob Stanley. Ed.

Artículo Es sólo pop de Kiko Amat para El País sobre Yeah, yeah, yeah, de Bob Stanley.

Artículo Suede, los supervivientes del ‘britpop’ para El País Tentaciones.

Especial de Elmondosonoro sobre el Electroclash en España.

Vídeo de “gameplay” de Read Dead Redemption en Youtube en el que se ve la entrada de John Marston en México con la banda sonora de José González.

Loops: Historia de la música electrónica de Javier Morera y Omar Blánquez. Ed.

Página oficial del Reactable.

Entrevista a Stephen Mallinder en Eldiario.es.

Estudio Música electrónica y cultura de club: un estudio postfeminista de la escena española en Dialnet.

Rastros de carmín, de Greil Marcus. Ed. Anagrama.

Artículo El metal tranquiliza, de El País Tentaciones, sobre un estudio Universidad de Queensland acerca del metal y la conducta agresiva.

Entrevista de Pablo Gil a Thom Yorke para Rockdelux.


Radiohead - Reckoner from james on Vimeo.

Vídeo promocional de Radiohead en From the Basement.

Pégate un tiro para sobrevivir, de Chuck Klosterman. Ed.

Radiohead y el 11-S:

Radiohead es el protagonista de una historia que en su momento me llamó poderosamente la atención. En un capítulo del libro del periodista musical Chuck Klosterman Pégate un tiro para sobrevivir, repleto de luces y sombras, nos narra una curiosa historia medio exotérica medio histérica que, una vez tomada en serio, parece un macabro juego que mezcla la fantasía, incluso lo visionario con la más cruda realidad. Radiohead lanzó su Kid A en octubre de 2000. Al margen de todo el embrollo habido en su lanzamiento, con filtraciones en Napster incluidas, el disco había comenzado ya su historia cuando pasó el acontecimiento que hizo perder la inocencia a todo Occidente: el 11-S. Y aunque Klosterman habla de una impresión absolutamente personal, lo cierto es que escuchando el disco, una canción tras otra, parece literalmente la banda sonora oficial de los atentados. Pero… ¡fue compuesto mucho antes!

Siguiendo la secuencia del disco, el primer tema (obvio los nombres, para no extenderme; consúltese) nos coloca en un día normal, recién levantados, medio dormidos aún, donde todo aparentemente “está en su sitio correcto”, mientras que el segundo nos coloca en el ajetreo típico de la gran ciudad, medio alerta, medio anestesiados por la cotidianeidad, hasta que algo ocurre, hacia  el minuto tres y medio del tema, que deja de sonar como debiera. El primer avión acaba de estrellarse. El tercero es un caos, una confusión de sonidos, donde todos estamos en estado de alerta, algo pasa, no podemos creerlo, el mundo occidental es atacado, pero algo tenemos que hacer, hasta que… un segundo avión se estrella contra la otra torre. Entonces, en el cuarto tema nos quedamos absortos, viendo las torres arder, colapsados ante el espectáculo televisivo en todo el mundo, viendo el fin del mundo en directo y diciéndonos a nosotros mismos “no estamos aquí, esto no está pasando”. La quinta, instrumental, es la banda sonora perfecta para ver un rascacielos caer, y quedarse aterrorizado con las manos cubriendo la boca por el asombro.

La cara B del disco, a partir del quinto tema, habla de la tarde de ese mismo día, cuando ya toda ha pasado y el mundo empieza a despertar después de la tarascada. El sexto tema habla de buitres que rodean la muerte, y del pez  grande que se come al pequeño; Estados Unidos y el mundo entero acaba de darse cuenta de lo que ha pasado, y la maquinaria empieza a engrasarse. Pero en el séptimo tema aún queremos creer que es una fantasía, que vivimos en un limbo, y que esto que ha pasado no puede ser verdad, pero al final nos damos cuenta de que la realidad ha superado la ficción, y de qué manera. El sueño se quiebra, y entonces despertamos definitivamente a la realidad, y llegamos al octavo tema, crucial en la carrera de Radiohead, “Idioteque”, en el que se plasma de manera pasmosa qué pasa cuando la confusión se adueña de nosotros, y tenemos demasiadas preguntas, demasiado miedo, demasiado que tragar, y nos damos cuenta del engaño de comodidad y civilización en el que vivimos cuando todo, en un momento se puede venir abajo. El noveno tema, ya en la realidad después de semejante bofetada, buscamos a nuestros cercanos para sentirnos reconfortados, hasta que llegamos al último tema, donde, como si fuese una nana, volvemos a anestesiarnos, queriendo olvidar lo que hemos vivido, cada uno de la mejor forma que sabe, con píldoras para dormir o porno barato, hasta que ardemos de deseo de ver a los perdidos en la próxima vida, si es que hay (y esa casi siempre molesta coda que aparece minutos más tarde en algunos discos, es en ésta una especie de promesa de un más allá en forma de sonido “celestial”).

Yorke no es el Nostradamus del rock, ni esto tiene por qué ser tomado en serio, pero yo no puedo ya, gracias a Klosterman, dejar de asociar el Kid A al 11-S. Será, y es una casualidad, pero la similitud de cómo transcurrió todo aquella fatídica jornada y la secuencia de canciones (sobre todo de la primera cara) es tan pasmosa que asusta. Una prueba más de poder de evocación de la música. Recomiendo, por supuesto, leer el texto entero de Klosterman.

El ruido eterno, de Alex Ross. Ed.

Yprès, de Tindersticks, encargo para la exposición permanente del In Flanders Fields Museum belga sobre la Gran Guerra.
Página oficial del movimiento Rockin’ 1000.