Bonitos cadáveres

Viñeta de Pictoline sobre el estudio sobre las muertes del rock de Dianna Theodora Kenny, profesora de Psicología y Música de la Universidad de Sidney, que publicó en TheConversation.com. Sus conclusiones: en el pop la causa principal es el cáncer, y la segunda los accidentes; en el blues los problemas cardíacos y el cáncer de segunda; en el rock el cáncer y los accidentes; en la electrónica el cáncer y los accidentes; en el punk los accidentes y el cáncer; en el metal los accidentes y (¡oh!, sorpresa) el suicidio; y en el rap el homicidio (sic) y los accidentes.

Contenidos de la revista Vacaciones en Polonia.

El dios salvaje, de Al Alvarez. Ed. Emecé.

Artículo “Objetivo: prevenir 3.600 suicidios y más de 8.000 intentos graves” de El País.

La Werther-Fieber, o “Efecto Werther” fue un fenómeno social producido por el fanatismo asociado a la novela Werther de Goethe, que incluso llevó al suicidio a un número elevado de seguidores.

El caso Richey James Edwards, de Manic Street Preachers, del que todavía no se sabe nada salvo unas cuantas operaciones bancarias, algunos testigos como taxistas que aseguran haberle visto, un abandono de vehículo con multa incluida y poco más desde los primeros días de febrero de 1995. Nada más de su paradero, incluidas algunas supuestas apariciones en La India e incluso Canarias. Completamente desaparecido, perdido el rastro. ¿Hay alguna manera más inquietante de que un grupo pierda un miembro de la banda, además con un pasado de depresión, abuso de drogas, alcohol y automutilaciones?

Paul está muerto, página de la Wikipedia dedicada a la supuesta muerte de Paul McCartney.

Fallecidos del rock en accidente de vehículo a motor: Comenzamos con el tristemente célebre accidente de avioneta que se llevó por delante la vida de Ritchie Valens y Buddy Holly (además de otro músico, Big Bopper y el piloto), a comienzos de 1959 (curiosamente Valens se “ganó” un puesto en la aeronave al ganar un cara o cruz con otro artista, Tommy Allsup); Eddie Cochran, prometedora estrella de un incipiente rock ’n’ roll, que se trasladaba en taxi desde Londres a Bristol durante su gira americana, salió despedido y se lesionó letalmente la cabeza tras el reventón de una rueda al intentar proteger a su novia, la joven compositora Sharon Sheeley; Otis Redding, al que Melody Maker había nombrado cantante del año en 1967 (sustituyendo a Elvis), falleció en un desgraciado accidente de avión, a poco minutos de llegar a su destino, junto a casi todos los miembros de su banda. Tan sólo cuatro años más tarde Duane Allman, guitarrista y fundador de The Allman Brothers Band, se mató en un accidente de moto, después de intentar esquivar un camión; aunque llegó vivo al hospital, sucesivos derrames acabaron con su vida. También un accidente fatal, esta vez en coche, acabó instantáneamente con la vida de Marc Bolan, cantante y líder de TRex (fue también poeta aclamado por su libro The Warlock of Love); el mini siniestrado lo conducía su novia, Gloria Jones, y estaban a punto de llegar a casa, lo que añade aún más tragedia al final de uno de los grandes del glam. Años más tarde, en 1981, otro miembro de TRex murió en un accidente de circulación, Steve Currie, en el Algarve portugués.

Un año más tarde Randy Rhoads, guitarrista de Quiet Riot y Ozzy Osbourne, considerado uno de los más virtuosos del rock duro, se estrelló con una avioneta en un descanso de una gira; curiosamente, el accidente se produjo cuando el conductor del autobús de la banda, Andrew Aycock, aviador aficionado, quiso dar un fatal paseo a Rhoads y a la maquilladora del grupo, Rachel Youngblood, y se excedió en las pasadas de exhibición por encima del autobús del grupo. También ese mismo año 82 Pete de Freitas, “sustituto” de la caja de ritmos que dio nombre a Echo & the Bunnymen, se mató en un accidente con una Ducati de gran cilindrada. Y cuatro años más tarde, en el 86, Cliff Burton, bajista de Metallica, falleció en otro accidente de circulación, en este caso en un autobús, volviendo de un concierto cuando comenzaban a convertirse en unas estrellas del thrash metal; el autobús perdió el control, y Burton salió despedido, con tan mala fortuna que acabó debajo del propio vehículo, y murió aplastado. En el 90 sería Stevie Ray Vaughan quien pereciera, junto a cuatro personas, en un aparatoso accidente de helicóptero. Y para cerrar el círculo, recordemos a Stiv Bators, frontman de The Lords of the New Church, quien “burló” su destino de morir de sobredosis (como los otros dos miembros de Whores of Babylon, Dee Dee Ramone y Johnny Thunders) al ser arrollado por un taxi cuando cruzaba una calle borracho como una cuba, y después de ser llevado a un hospital y abandonarlo por no querer esperar, falleciendo por una conmoción cerebral (la leyenda cuenta que dejó escrito que sus cenizas fueran esparcidas sobre la tumba de Jim Morrison, pero su novia, Caroline, después de cumplir su voluntad, se las esnifó; parece que Keith Richards no inventó nada).

Pero no siempre ha sido un vehículo de motor terrestre el implicado en el siniestro de algún músico célebre. Kirsty MacColl, famosa por sus colaboraciones con lo más granado del pop/rock de los ochenta y principios de los noventa, murió en 2000 mientras buceaba en México con sus hijos, golpeada por una lancha a motor que invadió la zona reservada a los bañistas. Y para los fans de Stereolab el 9 de diciembre de 2002 será siempre una fecha negra por ser la del fallecimiento de Mary Hansen, teclista y vocalista, que fue arrollada por un camión mientras montaba en bicicleta por las calles de Londres; aunque el grupo consiguió superar con el tiempo su pérdida, muchos creen que ya nunca volvieron a ser los mismos.

Mucho más cercano en el tiempo es inevitable acordarnos de Black, Colin Vearncombe, quien con tan sólo cincuenta y tres años falleció a consecuencia de un aparatoso accidente ocurrido cuando conducía solo, en enero de 2016, camino del aeropuerto de Cork, y sufrió varios golpes en la cabeza. Estuvo varios días en coma, y al final falleció. El mundo, que lo tenía bastante olvidado, de repente se acordó de aquel entrañable creador de “Wonderful life”.

Cerramos este repaso con un recordatorio a las víctimas de accidentes de la piel de toro, empezando por los llorados por toda una generación Nino Bravo y Cecilia, ambos fallecidos en sendos accidente de circulación con apenas tres años de diferencia. Y sin pasar por alto lo marcada que estuvo La Movida por otros dos accidentes que se llevaron por delante a los jovencísimos Canito (fuese lo que fuese este movimiento cultural se inició precisamente por un concierto homenaje a su memoria, celebrado en la madrileña facultad de Caminos el 9 de febrero de 1980, al que asistieron algunos de los grupos que luego fueron algo, incluidos los refundados Los Secretos) y al venerado Eduardo Benavente (verdadero mártir del movimiento, estrella de una generación pese a su temprana muerte, uno de esos mitos que, al igual que Curtis, no sabremos qué hubiese deparado el futuro para su brillante talento). Y sin dejar tampoco de rememorar a otro artista original y avant-garde, Tino Casal, que murió en otro siniestro de vuelta de una juerga, también como Benavente la única víctima mortal del accidente, precisamente por ir de copiloto. Y como conclusión dos casos muy dispares: Jesús de la Rosa, vocalista de Triana, que murió cuando su BX se estampó contra una furgoneta; o uno de los más llorados entre el indie vasco, Pedro San Martín, de La Buena Vida, que murió en 2011 cuando se trasladaba a ver un concierto de su buen amigo Nacho Vegas.

Aprendiendo de las drogas: usos y abusos, prejuicios y desafíos, de Antonio Escohotado. Ed. Anagrama.

La parranda (A smorga), de Eduardo Blanco Amor. Ed. Galaxia.

Otros “ilustres” desfasados: Shannon Hoon de Blind Melon, que murió de una letal dosis de cocaína en octubre del 95, y fue encontrado por sus compañeros de banda muerto en el autobús en plena gira, antes de tocar en Nueva Orleans (concierto que nunca se celebró); Bradley Nowell, cantante y guitarrista de Sublime, que murió en el 96 por una sobredosis de heroína; Layne Staley, de Alice in Chains, que fue encontrado en su piso en abril de 2002 cuando ya hacía dos semanas que había muerto, y su cadáver estaba tan descompuesto que tuvieron que hacerle un reconocimiento de su dentadura; Daniel Darc, de una mezcla letal de alcohol y barbitúricos en 2008; Jay Reatard, joven promesa del garage, que murió en 2010 en semejantes circunstancias cuando sólo contaba con veintinueve años; o Scott Weiland, de Stone Temple Pilots, que al igual que ocurriera con Hoon en el 95, apareció muerto en el autobús.

The Ramones en los libros: De gira con los Ramones, de Monte A. Melnick (Ed. Munster Books) ; y Los Ramones: demasiado duros para morir, de Marcelo Gobello (Ed. Lenoir Libros).

Artículo Cuero de Loco, de Manuel Jabois para El Mundo, donde se habla de Loquillo y los últimos días de Pepe Rosi.

La trágica historia de Desechables. La muerte de su guitarrista Miguel González por un disparo cuando intentaba atracar una joyería con una pistola de juguete es de las más sórdidas de la historia del rock, sobre todo porque no era un delincuente, pero las malas compañías hicieron que pensara que era una buena idea conseguir así el dinero que la música no le había dado, para no quedar ante su familia y amigos como un fracasado (curiosamente Tere, la cantante, cuenta en el documental que poco después les ofrecieron una cantidad de dinero por una actuación que hubiese hecho palidecer al pobre Miguel). Esta enorme pérdida fue definitiva, y el grupo, que asombraba en directo pero que nunca había grabado en estudio, ya no fue capaz de estabilizarse, y de toda la serie de miembros que en algún momento formó parte de la banda sólo quedan vivos Tere y el baterista, Pei; hasta siete son los fallecidos, incluido Miguel. Toda una muestra de lo que puede suponer la espiral del rock en unos jóvenes menores de edad a los que el hecho de tener una banda les pasa por encima como una apisonadora.

La leyenda negra de Eskorbuto. Otro grupo marcado por la tragedia y la polémica es Eskorbuto. Aclamados como la mejor banda punk de España, y sin embargo ninguneados tanto por ser “demasiado radicales” para el panorama hispano (en sus comienzos una detención fortuita hizo que se les aplicara la ley antiterrorista por el contenido de sus letras, con menciones a ETA y maldiciones contra España) como por no querer adscribirse al “rock radical vasco” (se mostraban “anti todo”, y llegaron a grabar un tema llamado “A la mierda el País Vasco”). La leyenda negra les acompañó por ser demasiado fieles al espíritu punk más ortodoxo, enfrentado a toda la sociedad, y no queriendo comulgar con esas ruedas de molino con las que otras bandas se sintieron cómodas. Sin embargo, la droga de nuevo fue la causante de la desaparición de dos de sus miembros fundadores, Iosu Expósito (muerto de SIDA) y Juanma Suárez (fallo multiorgánico por deterioro físico extremo) en 1992. La banda siguió por el empeño del único miembro vivo, Pako Galán, por lo que fue muy criticado, y en cualquier caso ya ha pasado a la historia como otro de los ejemplos más preclaros de la leyenda negra del punk.

La funesta suerte de Cicatriz. Se llevan la palma en cuanto a más miembros fallecidos por SIDA o sobredosis fueron los también vascos Cicatriz. Irónicamente formada en una sesión de terapia de grupo en un centro de desintoxicación de Vitoria, la banda tuvo su momento de gloria tras grabar su Inadaptados en el 86. Pero después todo fue un calvario de sobredosis, hospitales, detenciones, cárceles y SIDA. Especialmente brutal es el episodio de Natxo Etxebarrieta, cantante del grupo que, ya rehabilitado, sufrió un accidente de moto del que salió con la columna vertebral fracturada, y tras una serie de estrambóticos episodios (entre ellos la negativa de operarle en Navarra por haber -sic- padecido hepatitis, un traslado en furgoneta a Valencia y una espera de una semana para ser operado) acabó mermado físicamente de tal modo que tuvo que usar permanentemente muletas, que a la postre se convirtieron en símbolo del grupo. La historia de la banda se saldó con cinco miembros muertos por sobredosis o SIDA, todo un récord infausto que demuestra la demencia de una época.

Muertos del rock por causas naturales o enfermedades fulminantes: Como comprenderá el lector, son muchos los que están, pero no son todos los que son. Según la costumbre de este volumen, la información es mucha y el espacio es corto. No siempre son finales dramáticos los que fulminan a los artistas antes de tiempo, así que irá un breve recordatorio de otros nombres que han sido llorados por sus fans por dejarnos demasiado pronto. Empezando por Cass Elliot, cantante de Mamas and the Papas, a la que un un fulminante ataque al corazón se la llevó con tan sólo treinta y dos años en 1974 (curiosamente, y como parte de una de las más truculentas leyendas urbanas de extrañas ironías del destino, falleció en el mismo apartamento y en la misma cama en la que muriera Keith Moon, atiborrado de pastillas, como ya hemos contado anteriormente). Qué decir de Bob Marley, que murió en el 81 de cáncer; o Ricky Wilson, de B-52’s, que murió de SIDA en el 85. Jaco Pastorius, mítico bajista de los Weather Report que, alcohólico, acostumbrado a convivir con vagabundos y jugar al baloncesto por las calles de Nueva York, acabó su vida por las consecuencias de una paliza que le propinó el portero de una bar después de ver a Santana en directo. Caso especial es el de Nico, la cantante y modelo alemana que asombró al mundo con The Velvet Underground, y que sufrió un leve ataque al corazón y se cayó de la bicicleta mientras paseaba con su hijo por Ibiza; en el hospital donde le atendieron le diagnosticaron erróneamente una insolación, y la mandaron a casa (las urgencias españolas a veces tienen estas cosas), donde murió al día siguiente de un derrame cerebral en 1988; sin embargo, su cuerpo permaneció varios días en la morgue, ya que en la isla balear nadie sabía que era una de las divas de la new wave mundial. Curiosamente otro miembro de la Velvet, Sterling Morrison, fallecería unos años más tarde, en el 95, por un linfoma de Hodgkin. Ese año fue también el que vio desaparecer a un Eddie Hinton decrépito, agotado después de meses de reivindicación sobre los escenarios tras haber vivido como un indigente, hasta que un ataque cardíaco acabara con él. Pero sería en 1991 cuando falleciera la víctima más “insigne” del SIDA, Freddie Mercury, un verdadero varapalo por lo que supuso de concienciación de la capacidad de destrucción de la enfermedad, alcanzando ya los niveles de plaga bíblica. Y no olvidemos que en el 93 también falleció de cáncer Frank Zappa. En el 99 fue el fatídico turno de Dusty Springfield, que no pudo superar un cáncer de mama. También un cáncer, en este caso colorrectal, acabó con Ian Dury en 2000 (irónico final para el creador de “Sexo, drogas y rock ‘n’ roll”); y un fallo cardíaco congénito no diagnosticado haría lo propio con Joe Strummer, en 02, que contaba entonces con cincuenta años y que fue muy llorado; como lo fue Robert Palmer, que murió poco después y con una edad parecida (cincuenta y cuatro) por un ataque al corazón. En 2004 sería el turno del periodista y locutor John Peel, por un paro cardíaco mientras se encontraba de viaje en Perú, en el yacimiento inca de Cuzco (no son pocos los que piensan en algo más sórdido, pero no se ha demostrado), una noticia que conmocionó a toda Inglaterra, y de la que incluso Tony Blair se hizo eco. Pero sería la repentina muerte de Grant McLennan, de The Go-Betweens, en 2006, la que causara una verdadera conmoción en quien escribe, pues fueron muchos los conciertos a los que asistí viendo a ese hombre tranquilo (en contraste con el histriónico Robert Foster) encima de un escenario. Pero la dama de negro es implacable, y parece que goza especialmente haciendo fallar el corazón de los músicos de mediana edad, como hiciera poco después con Lux Interior de The Cramps (2009); o Alex Chilton de Big Star (2010). Mucho más “exótica” fue la causa de la temprana muerte de Trish Keenan, de Broadcast, que falleció de neumonía provocada por la Gripe A en 2011; como fue raro el linfoma no-Hodgkin de células T que acabó con la vida de Benjamin Curtis de School of Seven Bells en diciembre de 2013 con tan sólo treinta y cinco años. Poco antes supimos de la muerte de nuestro admirado chipriota Mick Karn (Andonis Michaelides), también de cáncer, uno de los bajistas más queridos del post punk, y que tuvo que pedir ayuda en su lucha con la enfermedad porque carecía de medios. Y acabemos este tétrico viaje por los últimos días de Alan Myers de Devo, que murió de cáncer en 13; Steve Strange de Visage, fallecido de un ataque al corazón en 2015; como la jovencísima Carey Lander de Camera Obscura, a la que un cáncer de huesos fulminó poco después; y a finales de 2017 saltó la noticia de la muerte de Pat Dinizio de The Smithereens. Ya en julio de 2018 supimos de la muerte del crítico Paul Nelson, una leyenda incómoda que acabó, tras múltiples avatares, dejándose ir, hasta el punto de que, cuando encontraron su cadáver descubrieron que no murió de indigencia, ni por una enfermedad, sino porque simplemente dejó de comer. Y también la de Richard Swift, una de las voces con más personalidad del indie que murió a los cuarenta y un años por las complicaciones venidas de su adicción al alcohol.

Fallecidos antes de tiempo en España: Jorge “Toti” Árboles, batería de Parálisis Permanente, Seres Vacíos, Alaska & Dinarama y La Frontera entre otros, por un fallo cardíaco en 1992; al sin par “Pochete”, Ignacio María Gasca, “Poch”, cuya mala salud de hierro acabó en 1998 víctima del Mal de Huntington; a Julián Infante de Tequila, cuyos continuos problemas inmunodepresivos y varias operaciones de corazón (amén de otras afecciones, como una grave candidiasis ocular) ocasionados por el SIDA se lo llevaron por delante en 2000; al también lloradísimo Carlos Berlanga, que no pudo superar la enfermedad hepática que le venció en 2002; a Sergio Algora de El niño gusano que perdió ante un problema cardíaco en 2008 (recientemente se ha inaugurado un jardín con su nombre en su Zaragoza natal); a Enrique Morente, cuya participación en el esplendoroso Omega le hizo un hueco en el indie y que murió en 2010 por no superar una operación para eliminar un cańcer en el esófago (la familia denunció al médico por mala praxis); a Josetxo Ezponda de Los Bichos, que murió en soledad, prácticamente de inanición en 2013, atrincherado en el piso de sus padres; al gran Germán Coppini, igualmente llorado por tantos, que no superó un cáncer de hígado ese mismo año; y Moncho Alpuente, que nos dejó hace pocos meses por otro infarto (¿son todos los infartos el mismo infarto?).

Artículo de El País sobre músicos fallecidos en el escenario.

Patient: The True Story of a Rare Illness, de Ben Watts. Ed. Paperback.

Otros desgraciados incidentes en un concierto: el Love Parade de Duisburgo de 2010 en el que una enorme avalancha de gente que quería entrar provocó la muerte de veintiuna personas y la cancelación definitiva del festival; la avalancha que mató a once personas en el festival de Roskilde en Dinamarca, en un concierto de Pearl Jam; o las veintisiete muertes por un incendio (otra vez los fuegos artificiales) en octubre de 2015 en la sala Club Colectiv de Bucarest, donde la banda local Goodbye Gravity presentaba su último disco.
Fallen.io, infografía sobre la devastación de la Segunda Guerra Mundial.